Reproduzco un interesante artículo que publica www.clarin.com explica la importancia del tango. Podría referirse al baile en general, pero es una página temática. A bailar.
Ha corrido un torrente de conjeturas sobre el surgimiento de las tribus urbanas. Pero no hace falta buscar su lógica muy lejos: ni arrimarse al mundo flogger, ni a los emos o los punks. Basta con abrir la puerta de alguna de las milongas que florecen en la Ciudad de Buenos Aires. Una movida que “poco durará” –juraban los malandrines–, “ambiente de viejos”, decían los pataduras; “gente que va de levante”, profesaban los ignorantes. Nada es así.
Al revés, quien haya transitado su vida lejos del tango podría encontrar, si lo intentara, un lugar de pertenencia novedoso, círculo social alternativo encausado en la maravillosa sensación que encierra esta pregunta: ¿cómo fue esa otra vida sin bailar?
Elegante-sport, glamorosas o ciento por ciento “casual”, no son las pautas de una fiesta de quince. Las milongas son eclécticas, en zapatillas o taco aguja, con jean o serio traje, lentejuelas, espalda al desnudo o babuchas de modal, sandalias sin medibachas, uñas verdes, encaje y quizás gomina. Pero al final la pareja no se ve. Pecho contra pecho se siente.
Lo que sí se ve (quedan pocas) son parejas cuyas palmas no se tocan: el pañuelo entre las manos proteje a la dama del sudor masculino, antiguo hábito en extinción. O del sudor femenino, porque la conformación de las parejas, chicas con chicas, varones con varones, se está descontracturando positivamente. En las últimas tres décadas, el protocolo milonguero ha sufrido una metamorfosis increíble.
Es buena idea definir. “Milonga” es tanto un género musical como el término que designa al espacio o salón donde se baila tango.
–¿Y tango qué es?
–Tres ritmos: tango, vals y milonga. Quien baila asiduamente espera de una buena milonga que pasen los tres; aguarda pacientemente la tanda de vals, por ejemplo, para bailar con cierta persona, o la de Di Sarli o la de Pugliese para bailar con otra. O la de milonga, y así. Las tandas son grupos de temas (cuatro a seis) de la misma orquesta, a veces, o del mismo ritmo, cortadas por una cortina musical, cuyo fin es descansar y cambiar de pareja.
Falsas ilusiones: parecerá sorprendente –injusto para algunos–, pero Gardel, Julio Sosa, Hugo del Carril, Edmundo Rivero o el Polaco Goyeneche poco tienen que ver con lo que se entiende por milonga. En la pista suenan –cuando no hay músicos en vivo– orquestas típicas, en general sin cantante. Aparecen, no obstante, algunas voces grabadas que fruncen con sus versos el ceño de bailarines poseídos (Raúl Berón, Alberto Castillo, Alberto Podestá). El DJ garantiza calidad: es una pieza clave en la decisión de qué milonga frecuentar.
Algunos mitos: no es verdad que haya que saber cabecear, o sea, esperar el milagro de que la persona pretendida cruce su rayo óptico con nuestra humilde humanidad. Vale también tocar el hombro, desde atrás, y verbalizar la invitación. No es cierto que las milongas sólo funcionen de noche; las hay vespertinas. No es verdad que sólo se baile en piso de parquet: la baldosa anda muy bien. No es cierto que el circuito sea porteño: se extiende –como veremos– a otros destinos argentinos. También a todo el mundo, pero con sus matices.
Y matices también se pueden hallar, para quien quiera ver, oír y disfrutar (no es poco), en las tanguerías o casas de tango, con sus deslumbrantes espectáculos, bailarines descollantes, músicos en vivo, cantantes y cenas gourmet.
El tango no es un espacio extranjero. Vamos a conocerlo. Es un viaje a nosotros mismos, a lo que somos en esencia. Personas que se abrazan en la noche.